PROYECTO INTERDISCIPLINARIO
Samaritaneando para transformar
Objetivo:
Reflexionar y argumentar desde el mensaje del Papa Francisco sobre la ética social en su Encíclica Fratelli Tutti, proyectando acciones concretas que
colaboren a construir un entorno fraterno.
I.- Lee con atención este extracto de la
Encíclica Fratelli Tutti del Papa
Francisco y luego desarrolla reflexivamente las preguntas que siguen:
CAPÍTULO SEGUNDO
UN EXTRAÑO EN EL CAMINO
56. Todo lo que mencioné en el capítulo anterior es más que
una aséptica descripción de la realidad, ya que «los gozos y las esperanzas,
las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de
los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y
angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no
encuentre eco en su corazón».53 En el intento de buscar una luz
en medio de lo que estamos viviendo, y antes de plantear algunas líneas de
acción, propongo dedicar un capítulo a una parábola dicha por Jesucristo hace
dos mil años. Porque, si bien esta carta está dirigida a todas las personas de
buena voluntad, más allá de sus convicciones religiosas, la parábola se expresa
de tal manera que cualquiera de nosotros puede dejarse interpelar por ella.
«Un maestro de la Ley
se levantó y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué debo
hacer para heredar la vida eterna?”. Jesús le preguntó a su vez: “Qué está
escrito en la Ley?, ¿qué lees en ella?”. Él le respondió: “Amarás al Señor, tu
Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda
tu mente, y al prójimo como a ti mismo”. Entonces Jesús le dijo: “Has
respondido bien; pero ahora practícalo y vivirás”. El maestro de la Ley,
queriendo justificarse, le volvió a preguntar: “¿Quién es mi prójimo?”. Jesús
tomó la palabra y dijo: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos
de unos ladrones, quienes, después de despojarlo de todo y herirlo, se fueron,
dejándolo por muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por el mismo camino,
lo vio, dio un rodeo y pasó de largo. Igual hizo un levita, que llegó al mismo
lugar, dio un rodeo y pasó de largo. En cambio, un samaritano, que iba de
viaje, llegó a donde estaba el hombre herido y, al verlo, se conmovió
profundamente, se acercó y le vendó sus heridas, curándolas con aceite y vino. Después
lo cargó sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un albergue y se quedó
cuidándolo. A la mañana siguiente le dio al dueño del albergue dos monedas de plata y le dijo: ‘Cuídalo, y, si
gastas de más, te lo pagaré a mi regreso’. ¿Cuál de estos tres te parece que se
comportó como prójimo del hombre que cayó en manos de los ladrones?” El maestro
de la Ley respondió: “El que lo trató con misericordia”. Entonces Jesús le
dijo: “Tienes que ir y hacer lo mismo» (Lc 10,25-37).
EL TRASFONDO
57. Esta parábola recoge un trasfondo de siglos. Poco después
de la narración de la creación del mundo y del ser humano, la Biblia plantea el
desafío de las relaciones entre nosotros. Caín destruye a su hermano Abel, y
resuena la pregunta de Dios: «¿Dónde está tu hermano Abel?» (Gn 4,9). La respuesta es la misma
que frecuentemente damos nosotros: «¿Acaso yo soy guardián de mi hermano?» (ibíd.). Al preguntar, Dios cuestiona
todo tipo de determinismo o fatalismo que pretenda justificar la indiferencia
como única respuesta posible. Nos habilita, por el contrario, a crear una cultura
diferente que nos oriente a superar las enemistades y a cuidarnos unos a otros.
58. El libro de Job acude al hecho de tener un mismo Creador
como base para sostener algunos derechos comunes: «¿Acaso el que me formó en el
vientre no lo formó también a él y nos modeló del mismo modo en la matriz?»
(31,15). Muchos siglos después, san Ireneo lo expresará con la imagen de la
melodía: «El amante de la verdad no debe dejarse engañar por el intervalo
particular de cada tono, ni suponer un creador para uno y otro para otro […],
sino uno solo».54
59. En las tradiciones judías, el imperativo de amar y cuidar
al otro parecía restringirse a las relaciones entre los miembros de una misma
nación. El antiguo precepto «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18) se entendía
ordinariamente como referido a los connacionales. Sin embargo, especialmente en
el judaísmo que se desarrolló fuera de la tierra de Israel, los confines se
fueron ampliando. Apareció la invitación a no hacer a los otros lo que no
quieres que te hagan (cf. Tb 4,15).
El sabio Hillel (siglo I a. C.) decía al respecto: «Esto es la Ley y los
Profetas. Todo lo demás es comentario».55 El deseo de imitar
las actitudes divinas llevó a superar aquella tendencia a limitarse a los más
cercanos: «La misericordia de cada persona se extiende a su prójimo, pero la
misericordia del Señor alcanza a todos los vivientes» (Si 18,13).
60. En el Nuevo Testamento, el precepto de Hillel se expresó
de modo positivo: «Traten en todo a los demás como ustedes quieran ser
tratados, porque en esto consisten la Ley y los Profetas» (Mt 7,12). Este llamado es universal, tiende a abarcar a todos,
sólo por su condición humana, porque el Altísimo, el Padre celestial «hace
salir el sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45).
Como consecuencia se reclama: «Sean misericordiosos, así como el Padre de
ustedes es misericordioso» (Lc 6,36).
61. Hay una motivación para ampliar el corazón de manera que
no excluya al extranjero, que puede encontrarse ya en los textos más antiguos
de la Biblia. Se debe al constante recuerdo del pueblo judío de haber vivido
como forastero en Egipto:
«No maltratarás ni
oprimirás al migrante que reside en tu territorio, porque ustedes fueron
migrantes en el país de Egipto» (Ex 22,20).
«No oprimas al
migrante: ustedes saben lo que es ser migrante, porque fueron migrantes en el
país de Egipto» (Ex 23,9).
«Si un migrante viene a
residir entre ustedes, en su tierra, no lo opriman. El migrante residente será
para ustedes como el compatriota; lo amarás como a ti mismo, porque ustedes
fueron migrantes en el país de Egipto» (Lv 19,33-
34).
«Si cosechas tu viña, no
vuelvas a por más uvas. Serán para el migrante, el huérfano y la viuda.
Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto» (Dt 24,21-22).
En el Nuevo Testamento resuena con fuerza el llamado al amor
fraterno:
«Toda la Ley alcanza su
plenitud en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Ga 5,14).
«Quien ama a su hermano permanece en la
luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está y camina en las
tinieblas» (1 Jn 2,10-11).
«Nosotros sabemos que
hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama
permanece en la muerte» (1 Jn 3,14).
«Quien no ama a su
hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4,20).
62. Aun esta propuesta de amor podía
entenderse mal. Por algo, frente a la tentación de las primeras comunidades
cristianas de crear grupos cerrados y aislados, san Pablo exhortaba a sus
discípulos a tener caridad entre ellos «y con todos» (1 Tes 3,12), y en la comunidad de Juan se pedía que los
hermanos fueran bien recibidos, «incluso los que están de paso» (3 Jn 5). Este contexto ayuda a
comprender el valor de la parábola del buen samaritano: al amor no le importa
si el hermano herido es de aquí o es de allá. Porque es el «amor que rompe las
cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos permite
construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa. […] Amor que
sabe de compasión y de dignidad».56
EL ABANDONADO
63. Jesús cuenta que había un hombre herido, tirado en el
camino, que había sido asaltado. Pasaron varios a su lado, pero huyeron, no se
detuvieron. Eran personas con funciones importantes en la sociedad, que no
tenían en el corazón el amor por el bien común. No fueron capaces de perder
unos minutos para atender al herido o al menos para buscar ayuda. Uno se
detuvo, le regaló cercanía, lo curó con sus propias manos, puso también dinero
de su bolsillo y se ocupó de él. Sobre todo, le dio algo que en este mundo
ansioso retaceamos tanto: le dio su tiempo. Seguramente él tenía sus planes
para aprovechar aquel día según sus necesidades, compromisos o deseos. Pero fue
capaz de dejar todo a un lado ante el herido, y sin conocerlo lo consideró
digno de dedicarle su tiempo.
64. ¿Con quién te identificas? Esta pregunta es cruda,
directa y determinante. ¿A cuál de ellos te pareces? Nos hace falta reconocer
la tentación que nos circunda de desentendernos de los demás; especialmente de
los más débiles. Digámoslo, hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos
analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de
nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbramos a mirar para el costado, a
pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean
directamente.
65. Asaltan a una persona en la calle, y muchos escapan como
si no hubieran visto nada. Frecuentemente hay personas que atropellan a alguien
con su automóvil y huyen. Sólo les importa evitar problemas, no les interesa si
un ser humano se muere por su culpa. Pero estos son signos de un estilo de vida
generalizado, que se manifiesta de diversas maneras, quizás más sutiles.
Además, como todos estamos muy concentrados en nuestras propias necesidades,
ver a alguien sufriendo nos molesta, nos perturba, porque no queremos perder
nuestro tiempo por culpa de los problemas ajenos. Estos son síntomas de una
sociedad enferma, porque busca construirse de espaldas al dolor.
66. Mejor no caer en esa miseria.
Miremos el modelo del buen samaritano. Es un texto que nos invita a que resurja
nuestra vocación de ciudadanos del propio país y del mundo entero,
constructores de un nuevo vínculo social. Es un llamado siempre nuevo, aunque
está escrito como ley fundamental de nuestro ser: que la sociedad se encamine a
la prosecución del bien común y, a partir de esta finalidad, reconstruya una y
otra vez su orden político y social, su tejido de relaciones, su proyecto
humano. Con sus gestos, el buen samaritano reflejó que «la existencia de cada
uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa,
sino tiempo de encuentro».57
67. Esta parábola es un ícono iluminador, capaz de poner de
manifiesto la opción de fondo que necesitamos tomar para reconstruir este mundo
que nos duele. Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como
el buen samaritano. Toda otra opción termina o bien al lado de los salteadores
o bien al lado de los que pasan de largo, sin compadecerse del dolor del hombre
herido en el camino. La parábola nos muestra con qué iniciativas se puede
rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la
fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión,
sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien
sea común. Al mismo tiempo, la parábola nos advierte sobre ciertas actitudes de
personas que sólo se miran a sí mismas y no se hacen cargo de las exigencias
ineludibles de la realidad humana.
68. El relato, digámoslo claramente, no desliza una enseñanza
de ideales abstractos, ni se circunscribe a la funcionalidad de una moraleja
ético-social. Nos revela una característica esencial del ser humano, tantas
veces olvidada: hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el
amor. No es una opción posible vivir indiferentes ante el dolor, no podemos
dejar que nadie quede “a un costado de la vida”. Esto nos debe indignar, hasta
hacernos bajar de nuestra serenidad para alterarnos por el sufrimiento humano.
Eso es dignidad.
UNA HISTORIA QUE SE REPITE
69. La narración es sencilla y lineal, pero tiene toda la
dinámica de esa lucha interna que se da en la elaboración de nuestra identidad,
en toda existencia lanzada al camino para realizar la fraternidad humana.
Puestos en camino nos chocamos, indefectiblemente, con el hombre herido. Hoy, y
cada vez más, hay heridos. La inclusión o la exclusión de la persona que sufre
al costado del camino define todos los proyectos económicos, políticos,
sociales y religiosos. Enfrentamos cada día la opción de ser buenos samaritanos
o indiferentes viajantes que pasan de largo. Y si extendemos la mirada a la
totalidad de nuestra historia y a lo ancho y largo del mundo, todos somos o
hemos sido como estos personajes: todos tenemos algo de herido, algo de
salteador, algo de los que pasan de largo y algo del buen samaritano.
70. Es notable cómo las diferencias de los personajes del
relato quedan totalmente transformadas al confrontarse con la dolorosa
manifestación del caído, del humillado. Ya no hay distinción entre habitante de
Judea y habitante de Samaría, no hay sacerdote ni comerciante; simplemente hay
dos tipos de personas: las que se hacen cargo del dolor y las que pasan de
largo; las que se inclinan reconociendo al caído y las que distraen su mirada y
aceleran el paso. En efecto, nuestras múltiples máscaras, nuestras etiquetas y
nuestros disfraces se caen: es la hora de la verdad. ¿Nos inclinaremos para
tocar y curar las heridas de los otros? ¿Nos inclinaremos para cargarnos al hombro unos a otros? Este es
el desafío presente, al que no hemos de tenerle miedo. En los momentos de
crisis la opción se vuelve acuciante: podríamos decir que, en este momento,
todo el que no es salteador o todo el que no pasa de largo, o bien está herido
o está poniendo sobre sus hombros a algún herido.
71. La historia del buen samaritano se repite: se torna cada
vez más visible que la desidia social y política hace de muchos lugares de
nuestro mundo un camino desolado, donde las disputas internas e internacionales
y los saqueos de oportunidades dejan a tantos marginados, tirados a un costado
del camino. En su parábola, Jesús no plantea vías alternativas, como ¿qué
hubiera sido de aquel malherido o del que lo ayudó, si la ira o la sed de
venganza hubieran ganado espacio en sus corazones? Él confía en lo mejor del
espíritu humano y con la parábola lo alienta a que se adhiera al amor,
reintegre al dolido y construya una sociedad digna de tal nombre.
LOS PERSONAJES
72. La parábola comienza con los salteadores. El punto de
partida que elige Jesús es un asalto ya consumado. No hace que nos detengamos a
lamentar el hecho, no dirige nuestra mirada hacia los salteadores. Los
conocemos. Hemos visto avanzar en el mundo las densas sombras del abandono, de
la violencia utilizada con mezquinos intereses de poder, acumulación y
división. La pregunta podría ser: ¿Dejaremos tirado al que está lastimado para
correr cada uno a guarecerse de la violencia o a perseguir a los ladrones?
¿Será el herido la justificación de nuestras divisiones irreconciliables, de
nuestras indiferencias crueles, de nuestros enfrentamientos internos?
73. Luego la parábola nos hace poner la mirada claramente en
los que pasan de largo. Esta peligrosa indiferencia de no detenerse, inocente o
no, producto del desprecio o de una triste distracción, hace de los personajes
del sacerdote y del levita un no menos triste reflejo de esa distancia
cercenadora que se pone frente a la realidad. Hay muchas maneras de pasar de
largo que se complementan: una es ensimismarse, desentenderse de los demás, ser
indiferentes. Otra sería sólo mirar hacia afuera. Respecto a esta última manera
de pasar de largo, en algunos países, o en ciertos sectores de estos, hay un
desprecio de los pobres y de su cultura, y un vivir con la mirada puesta hacia
fuera, como si un proyecto de país importado intentara forzar su lugar. Así se
puede justificar la indiferencia de algunos, porque aquellos que podrían
tocarles el corazón con sus reclamos simplemente no existen. Están fuera de su
horizonte de intereses.
74. En los que pasan de largo hay un detalle que no podemos
ignorar; eran personas religiosas. Es más, se dedicaban a dar culto a Dios: un
sacerdote y un levita. Esto es un fuerte llamado de atención, indica que el
hecho de creer en Dios y de adorarlo no garantiza vivir como a Dios le agrada.
Una persona de fe puede no ser fiel a todo lo que esa misma fe le reclama, y
sin embargo puede sentirse cerca de Dios y creerse con más dignidad que los
demás. Pero hay maneras de vivir la fe que facilitan la apertura del corazón a
los hermanos, y esa será la garantía de una auténtica apertura a Dios. San Juan
Crisóstomo llegó a expresar con mucha claridad este desafío que se plantea a
los cristianos: «¿Desean honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecien cuando lo
contemplen desnudo […], ni lo honren aquí, en el templo, con lienzos de seda,
si al salir lo abandonan en su frío y desnudez».58 La
paradoja es que a veces, quienes dicen no creer, pueden vivir la voluntad de
Dios mejor que los creyentes.
75. Los “salteadores del camino” suelen tener como aliados
secretos a los que “pasan por el camino mirando a otro lado”. Se cierra el
círculo entre los que usan y engañan a la sociedad para esquilmarla, y los que
creen mantener la pureza en su función crítica, pero al mismo tiempo viven de
ese sistema y de sus recursos. Hay una triste hipocresía cuando la impunidad
del delito, del uso de las instituciones para el provecho personal o
corporativo y otros males que no logramos desterrar, se unen a una permanente
descalificación de todo, a la constante siembra de sospecha que hace cundir la
desconfianza y la perplejidad. El engaño del “todo está mal” es respondido con
un “nadie puede arreglarlo”, “¿qué puedo hacer yo?”. De esta manera, se nutre
el desencanto y la desesperanza, y eso no alienta un espíritu de solidaridad y
de generosidad. Hundir a un pueblo en el desaliento es el cierre de un círculo
perverso perfecto: así obra la dictadura invisible de los verdaderos intereses
ocultos, que se adueñaron de los recursos y de la capacidad de opinar y pensar.
76. Miremos finalmente al hombre herido. A veces nos sentimos
como él, malheridos y tirados al costado del camino. Nos sentimos también
desamparados por nuestras instituciones desarmadas y desprovistas, o dirigidas
al servicio de los intereses de unos pocos, de afuera y de adentro. Porque «en
la sociedad globalizada, existe un estilo elegante de mirar para otro lado que
se practica recurrentemente: bajo el ropaje de lo políticamente correcto o las
modas ideológicas, se mira al que sufre sin tocarlo, se lo televisa en directo,
incluso se adopta un discurso en apariencia tolerante y repleto de eufemismos».59
Preguntas para la reflexión:
1.- ¿Por qué
motivo alude el Papa Francisco a los textos bíblicos del Antiguo Testamento
para hablar del contexto social? Fundamenta tu respuesta.
2.- ¿A qué se
refiere el Papa con el término “PRECEPTO”?
Explica argumentando tu respuesta.
3.- ¿Cuál
podría ser una buena definición de amor siguiendo esta aclaración del Papa
Francisco?: “Porque es el amor que rompe
las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos permite
construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa. […] Amor que
sabe de compasión y de dignidad. Fundamenta bien tus ideas.
4.- Comenta
por escrito el significado de esta afirmación de la Encíclica: “que la sociedad se encamine a la
prosecución del bien común y, a partir de esta finalidad, reconstruya una y
otra vez su orden político y social, su tejido de relaciones, su proyecto
humano. Con sus gestos, el buen samaritano reflejó que «la existencia de cada
uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa,
sino tiempo de encuentro”. Reflexiona y responde argumentando tu
comentario.